viernes, 20 de mayo de 2011

La Bohemia: Crítica de diario LOS ANDES

Los Andes | Online

No hay peor ciego que el que no quiere ver



Hoy se presenta “La bohemia”. Una ajustadísima y efectiva puesta con actuaciones fantásticas.

Patricia Slukich pslukich@losandes.com.ar

Lucas Olmedo dijo, al momento de contarnos sobre este estreno: “Quería darme el lujo de dirigir a tres actores como estos”. Se refiere a Alfredo Zenobi, Guillermo Troncoso y Darío Martínez y, efectivamente, no sólo debe haber sido un lujo dirigirlos, sino que lo es también ver los resultados.

Es que “La bohemia”, aunque sin gigantescas pretensiones en su puesta en escena, es un ajustadísimo mecanismo de precisión escénica (mérito de la dirección de Olmedo), en el que el acento está puesto, casi en primer plano, en las actuaciones.

“Sosa es ciego de nacimiento. Romero desde hace 15 años. A ambos los ilumina un mismo proyecto, que también se va apagando de a poco: la reapertura, en el barrio, de un club para no videntes -se explica en los anuncios de la obra-. Es con la llegada de Ibáñez, afectado recientemente y probable alumno del club, que la maquinaria de la desgracia se reactiva y ya no hay posibilidad de detenerla”. Sobre esta trama es que el espectador encontrará mucho más que una anécdota, desopilante/desesperante; por cierto. Pues estos tres personajes están inmersos en un mundo oscuro, de una asfixia que crece, en el que la ceguera se naturaliza, más allá del rasgo físico, y se convierte en un destino (no nos cabe duda) destructivo e inevitable; no importa cuán duro o creativo sea el combate, los tres terminarán perdiéndolo.
Esta idea flota, no sólo en el magnífico texto de Boris (un actor porteño que obtuvo el primer premio de dramaturgia en el certamen Germán Rozenmacher por esta obra), sino en todo el andamiaje escénico que se sostiene eficazmente durante todo el espectáculo; y se corporiza de una manera fatal.

Es, verdaderamente, un conflicto terrible. Sin embargo, el espectador no podrá hacer otra cosa más que reír (tan inevitable es esta risa, como el destino de esos seres que circulan por la obra). Pero no se trata de un humor forzado, buscado, sino que surge de la mueca más siniestra.

He aquí el gran logro del director: que nos divierta la más cruel de las desgracias. ¿Y cómo es que lo logra? Pues confiando en sus actores (que materializan su capacidad interpretativa de manera notable; ¡vamos!, ¡son fantásticos!); apelando a construirles un entorno de luces, sombras, sonidos (un detalle exquisito es la inserción de “La bohemia”, de Aznavour) y escenografía (en decadencia), que les calza como anillo al dedo; y jugando a evitar mostrarnos lo que más nos gustaría ver (como los personajes, pero a la inversa: vemos de ellos sólo la decadencia que se esfuerzan por ocultar a sí mismos). Esta última argucia trae amplios beneficios para el ritmo y los climas del espectáculo.

Lo siniestro, lo oculto, lo no-dicho es lo que se nos permiten ver Olmedo y sus actores a nosotros, el público. Nos asignan el rol de la crueldad: el de reírnos de la desgracia ajena. Y lo hacemos con gusto.


26 de abril de 2008 | 21:38 hs | Mendoza, República Argentina

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